22
de junio
En
contra de nuestras previsiones habíamos dormido muy bien y no
escuchamos ni voces. A nuestra derecha estaba aparcado un suizo en su
furgoneta, era un personaje muy curioso, metódico, obseso de la
limpieza, muy ordenado y famélico. Recogimos y nos marchamos, no
encontramos lugar para vaciar las aguas grises, ya lo haríamos en el
camino o en el siguiente destino, Sallanches. En lugar de ir por la
autopista decidimos ir bordeando el lago por la orilla este, el
camino es precioso, se pasa por pueblitos encantadores. Había mucho
ciclista circulando y los coches iban muy deprisa, esto nos confirmó
lo que ya sospechábamos, que los saboyanos conducen muy deprisa y no
respetan ni límites de velocidad ni rayas continuas. Solamente
respetan los radares por la cuenta que les tiene. Después de subir y
bajar un par de puertos llegamos a Sallanches. Teníamos dos opciones
para instalarnos, unos aparcamientos junto a la piscina y el
polideportivo municipal y un camping algo más alejado del pueblo.
Como teníamos ya necesidad de lavar ropa, optamos por el camping. El
dueño nos atendió con mucha amabilidad y antes de instalarnos
vaciamos los depósitos de aguas grises y llenamos el de agua limpia.
El camping estaba muy vacío, así que teníamos muchos sitios para
elegir. Entre las nubes blancas, allá en lo alto, se abrió una
ventana y tuvimos nuestra primera visión de la cumbre del
Mont-Blanc. Antes de comer nos dimos una vuelta por las instalaciones
del camping, y nos encontramos con que el salón estaba preparado
para la celebración de una boda, aquello nos intranquilizó puesto
que seguro que acabarían tarde y armarían mucha bulla. Buscamos el
lugar más alejado por si nos teníamos que trasladar. Después de la
comida me fui en busca del encargado a pedirle las fichas para la
lavadora, a solicitar la conexión a internet y a preguntarle que a
qué hora pensaba que terminaría el festejo. Resultó que las
lavadoras estaban estropeadas y hasta el lunes no vendrían a
repararlas. Yo le contesté que el motivo por el que habíamos ido al
camping era precisamente usar la lavadora. Me dijo que lo sentía y
que si queríamos nos podíamos marchar y que me devolvía el dinero.
Decidimos marcharnos y aunque le había pagado con tarjeta me
devolvió el dinero en efectivo, realmente era un buen tipo, ni
siquiera nos cobró por el rato de electricidad que usamos ni por el
vaciado y llenado de las aguas. Nos recomendó un par de excursiones
y nos habló de otro camping al que podíamos ir. Hacia él nos
dirigimos, pero entre que estaba pegado a la autopista y que no
pudimos aparcar, ni acceder a la recepción por los muchos coches
aparcados en el exterior que nos impedían la maniobra, decidimos
irnos definitivamente al aparcamiento de la piscina.
Una
vez instalados nos fuimos al pueblo, el típico pueblo de montaña,
con sus casas de madera, sus tejados a dos aguas, muy preparado para
la nieve y enclavado en lugar espléndido con espectaculares vistas
hacia todos los puntos cardinales.
En la plaza hay una mesa de
orientación con todos los picos que se ven desde allí.
Visitamos la hermosa iglesia, que también tiene sus engañifas, y una bella sillería. En el exterior hay un gran reloj de sol, cardan lo llaman los franceses.
Por allí fluyen tres ríos y podía ser una buena oportunidad para pescar. Pero los ríos bajaban con mucho caudal y además con un tono grisáceo, debido al deshielo y al color de la tierra y las piedras del lecho, que no me invitaban nada a meterme de patas en ellos, ya encontraría más adelante otros ríos más apetecibles. Nos sentamos en una terraza y buscamos en el plano de la población que nos había dado el del camping a ver si había alguna lavandería. Encontramos una y nos fuimos a ver como era y como funcionaba. Se necesitaban bastantes monedas y estaba abierta hasta las 9 de la noche. Echamos las cuentas y si nos dábamos prisa podríamos hacerlo, así que nos pusimos en marcha a toda mecha para recorrer el km y medio que teníamos hasta el aparcamiento, preparamos dos bolsas grandes de ropa, cogimos monedas y nos fuimos a la lavandería. Un poco antes de llegar me dí la vuelta y comprobé que el Mont-Blanc estaba despejado, quería mostrarnos su majestuosidad y recompensarnos por el esfuerzo de ir y volver cargados con la ropa. Una vez puestas las lavadoras disponíamos de unos 50 minutos para pasear tranquilamente antes de que acabaran, aprovechamos para disfrutar del panorama, hacer nuestras primeras fotos del Mont-Blanc y acercarnos hacia una cascada que veíamos a los lejos.
Al
acabar el recorrido del tercer lago todavía faltaba un buen trecho
hasta la cascada de Arpenaz, la veíamos desde el día anterior por
la tarde, pero aunque cada vez estaba más cerca no acabábamos de
llegar hasta ella, se hacia de rogar. No pudimos continuar por la
senda pues había que cruzar una torrentera y no llevábamos calzado
apropiado así que atravesamos un prado muy florido y el último
trecho nos tocó hacerlo por la carretera, con el peligro que tienen
los saboyanos conduciendo. Según nos acercábamos veíamos el efecto
que producía el viento sobre el salto de agua, pulverizándola y
desplazándola varios metros de su caída natural.
Video de cascadas del viaje
Después
del paseo comemos y nos ponemos en ruta hacia Chamonix. Al llegar a
Samoëns paramos a mirar el río y por fin me animo a pescar un rato.
Estoy en el río un par de horas sin resultado, no veo peces ni
insectos. El río era muy bonito y estuve a gusto.
Visitamos la hermosa iglesia, que también tiene sus engañifas, y una bella sillería. En el exterior hay un gran reloj de sol, cardan lo llaman los franceses.

Por allí fluyen tres ríos y podía ser una buena oportunidad para pescar. Pero los ríos bajaban con mucho caudal y además con un tono grisáceo, debido al deshielo y al color de la tierra y las piedras del lecho, que no me invitaban nada a meterme de patas en ellos, ya encontraría más adelante otros ríos más apetecibles. Nos sentamos en una terraza y buscamos en el plano de la población que nos había dado el del camping a ver si había alguna lavandería. Encontramos una y nos fuimos a ver como era y como funcionaba. Se necesitaban bastantes monedas y estaba abierta hasta las 9 de la noche. Echamos las cuentas y si nos dábamos prisa podríamos hacerlo, así que nos pusimos en marcha a toda mecha para recorrer el km y medio que teníamos hasta el aparcamiento, preparamos dos bolsas grandes de ropa, cogimos monedas y nos fuimos a la lavandería. Un poco antes de llegar me dí la vuelta y comprobé que el Mont-Blanc estaba despejado, quería mostrarnos su majestuosidad y recompensarnos por el esfuerzo de ir y volver cargados con la ropa. Una vez puestas las lavadoras disponíamos de unos 50 minutos para pasear tranquilamente antes de que acabaran, aprovechamos para disfrutar del panorama, hacer nuestras primeras fotos del Mont-Blanc y acercarnos hacia una cascada que veíamos a los lejos.
Volvimos
a la lavandería y metimos la ropa en las secadoras, para hacer
tiempo salimos otra vez a la calle, la temperatura ya había bajado y
el Mont-Blanc volvía a regalarnos una hermosa imagen del atardecer
con sus nieves doradas.
Regresamos
a casa ya sin prisa, guardamos la ropa lavada, Tere hizo la cama con
las sábanas limpias y valoramos la necesidad de usar el edredón por
si la temperatura bajaba mucho, decidimos esperar y ya lo pondríamos
si era necesario. Después de cenar se me ocurrió asomarme a la
ventana y me quedé impresionado, ahora se veía el Mont-Blanc
iluminado por la luna a las once de la noche.
23
de junio
La
noche ha sido muy tranquila y el día amanece más fresco, con viento
y alguna nube. Siguiendo las recomendaciones del tío del camping nos
vamos a ver los lagos Illetes, que son tres, y se pueden bordear por
sendas. Están rodeados de bosque de ribera y tienen muchas aves,
peces y plantas.
En
realidad son dos saltos, en total de unos 75 metros. Valió la pena
llegar hasta la base y contemplar el espectáculo desde abajo. Había
unos muchachos acampados en la zona que se estaban duchando allí,
por sus gestos y los gritos que daban el agua debía de estar helada.
Video de cascadas del viaje
Satisfechos
por la visión de nuestra primera cascada del viaje regresamos a la
auto a comer, en total habían sido unas dos horas y media de
agradable caminata.
El
siguiente destino era Sixt-Fer-a-Cheval, a poco más de 30 km de
allí, según nos íbamos acercando el tiempo iba empeorando. En el
camino encontramos bastante tráfico alocado, el típico de los
saboyanos.
Nos
instalamos en el área de autocaravanas del pueblo a la orilla del
río Giffre, que al igual que los de Sallanches bajaba imposible para
la pesca. El torrente de agua era impresionante y sonaba muy fuerte,
el ruido del agua nos acompañaría por la noche ¿llegaría a
molestarnos para dormir?.
Nos
abrigamos y nos fuimos a caminar por los distintos barrios (hameaux)
del pueblo, casi todos tienen sus casas e iglesia de madera, la
mayoría sencillas y hermosas.
A
lo lejos divisábamos otras dos cascadas, nos acercamos bastante a
ellas pero al final renunciamos a llegar hasta la base de las mismas,
hacía bastante frío y amenazaba lluvia.
Sí nos acercamos a ver las
gargantas de Tines, son de poca longitud pero muy impresionantes.
En
el puente de las gargantas había unos jóvenes haciendo algo entre
tirolina y puenting, se dejaban caer desde una orilla, amarrados con
arneses y cuerdas, hacia el vacío dando gritos para descargar
adrenalina y luego tenían que ascender hacia la otra orilla. Tenían
muchos espectadores.
Regresamos
con frío a la autocaravana, preparamos una cena calentita y nos
vimos la película Carmina o revienta, que nos encantó. Y nos fuimos
a dormir bajo el edredón calentito.
24
de junio
Había
comenzado a llover a media noche y lo siguió haciendo casi toda la
mañana, cundió el desánimo, ya que la razón fundamental de ir a
Sixt-fer era acercarnos hasta su famoso circo. Un inmenso anfiteatro
calcáreo de unos 4,5 km con farallones de hasta 700 mts de altura y
por el que fluyen en el mes de junio más de 30 cascadas. Si el
tiempo no mejoraba malamente podríamos disfrutar del grandioso
paisaje. Pertrechados de paraguas y chubasquero nos fuimos a turismo
a ver las previsiones meteorológicas. Eran malas para hoy lunes,
mejoraban algo el martes a medio día y para el miércoles estaría
despejado. Con esta información nos replanteamos la ruta para los
siguientes días. Lo primero que hicimos fue llegarnos hasta el
aparcamiento del circo a comprobar como era y como funcionaba in
situ, pues las informaciones de que disponíamos eran algo
contradictorias, algo aclaramos: hay un aparcamiento gratuito que
queda a unos 3km del inicio de las caminatas para recorrer el circo.
También hay otro aparcamiento, de pago, en el inicio de las
caminatas. Acordamos que iríamos mañana al de pago.
De regreso
paramos a coger agua para beber del manantial de San Ponce en el que
la tarde anterior habíamos visto llenar unos cuantos bidones a los
lugareños.
Después
no acercamos hasta Samoëns, aparcamos junto a uno de los puentes de
río Giffre y nos fuimos hacia el centro de la villa, visitamos su
bella iglesia y volvimos a la autocaravana. Como en las cercanías
del centro habíamos visto otro aparcamiento en el que había alguna
auto decidimos trasladarnos a éste. Después de comer y echarnos una
buena siesta, que ya nos merecíamos, continuamos visitando el pueblo
con sus hermosas y decoradas casa de madera, alguna engañifa de las
buenas y lo más interesante, el jardín alpino la Jaÿsinia. Este
jardín, creado en 1906, lleva el nombre de su fundadora, Mme.
Cognacq, mecenas del municipio. Con una extensión de 3 ha, presenta
de manera muy didáctica unas 5.000 especies de plantas salvajes de
los Alpes. En la ladera de la montaña, una pequeña capilla se
integra en el paisaje. Más arriba, sobre un promontorio coronado por
las ruinas de un castillo feudal, se puede disfrutar de una vista
magnífica sobre Samoëns y sus montañas. La visita al jardín nos
encantó y disfrutamos mucho de sus rincones, plantas y coloridas
flores.
A
pesar de que la lluvia seguía cayendo de forma intermitente y de que
la temperatura era bastante baja, la visita a Samoëns nos había
levantado el ánimo y antes de recogernos decidimos que había que ir
a conocer la famosa cascada de Rouget, conocida como la reina de
los Alpes, sus varios saltos de agua suponen un desnivel de 90
mts.
La carretera es empinada y estrecha y según nos acercábamos
arreciaban el viento y la lluvia... pero era ahora o nunca. Estuvimos
contemplando la cascada un rato desde la autocaravana esperando a ver
si escampaba un poco, no se produjo el milagro así que nos animamos
a salir y contemplarla acompañados de las inclemencias del tiempo, a
pesar de ellas el espectáculo fue impresionante.
Son dos grandiosos
saltos de agua que caen en sus bañeras, después el agua pasa
por debajo del puente de la carretera y continúa saltando muchos
metros hacia el valle.
Habíamos
salvado el día, solo nos quedaba confiar en que mañana el circo se
dejara ver y disfrutar un poco de su visión.
25
de junio
Llueve
algo menos, nos tomamos con calma el arranque, vamos al pueblo a
comprar pan y una sudadera que me había gustado y que Tere me regaló
por mi cumpleaños. Rellenamos botellas y garrafas en la fuente de
San Ponce y nos vamos al circo. Llegamos al aparcamiento de pago
(7,5€ por día, se puede pernoctar una noche). En el circo hay dos
caminatas clásicas, una circular por debajo de los farallones del
circo y la otra hasta le bout du monde (unas 3h ida y vuelta).
Optamos por la circular, que nos cuesta terminar por la falta de
indicaciones a lo largo del camino.
Aunque
no está despejado, las nubes son altas y nos permiten admirar la
belleza del circo y sus treinta y tantas cascadas.

esperamos pronto poder hacer nuestra escapada , tan solo llevamos 15 días con la nuestra y es muy viejecita , pero eso no será ningún contratiempo .
ResponderEliminarun saludo desde Tarragona y felicidades por el repor
Confirmo que los saboyanos conducen muy de prisa. Marie
ResponderEliminar